Hoy salí a correr. Pensé que seria bueno agarrar camino hacia la playa. 4 cuadras largas separan mi casa del mar pacifico.
Siempre pensé que debería de ir a vivir al malecón de playas, pero opto por dejar la playa como un lugar de visita esporádica, que un sitio cotidiano de contemplación. Aunque se que el mar siempre es el mar y su vista es en todo momento decorosa, también se que lo que se ve en el malecón de Playas de Tijuana no siempre es una luz a los ojos. Si miro a la derecha , al Norte, la malla quebrada oxidada por el mar y todos los helicópteros de la migra revoloteando la línea, terminan siendo un paisaje al cual no me termino de acostumbrar. Alguien me dijo un día que eso es lo que debería de registrar, pero el humor negro no se me da y sé que seria un comediante malo. Así que prefiero voltear a la izquierda, y es por eso que hoy corrí en dirección al Sur.
Luego de un calentamiento desatinado, lento y poco organizado me urgí a andar. Corrí y corrí. A mi paso veía a la gente haciendo sus carnes asadas en pleno martes a las 4 de la tarde. Vi además el grupo de estudiantes jariosos de la prepa y la secundaria con uniforme y mochila en mano y novia y novio en la otra. Me llamo la atención el pequeño grupo de jugadores de golf que tras poner una serie de señales con banderillas, median la distancia de sus disparos. Todo lo hacían con ímpetu y respetaban el paso de corredores, novios, y perros que deambulaban por esa improvisada cancha de golf playera.
Avance corriendo hasta después de las Piedras; hasta un lugar alejado del bullicio y la línea puesta al Norte. Me canse, jadee, trote, me estire y pare. Estaba solo. La gente se reflejaba como pequeños puntos de sal en el horizonte. El sol ya no quemaba y mi propio sudor me cubría en una cálida temperatura. Me dio sed. Quería ir más al Sur, pero no sabia que más abría delante. Pensé que si andaba mas me encontraría solo frente a un grupo de melandros, pensé que me toparía con el fin de la playa y el inicio de la carretera escénica, pensé que terminaría el mar. Me dio miedo debo confesar. Así que voltee y me fije en el Norte, recordé la malla oxidada del mar, e imagine los helicópteros acechantes. El Norte con su eterno –no pases, de aquí no eres, no te queremos aquí- y el Sur –que fue inhóspito en ese momento- eran mis opciones. Quise ir al Sur, pero sentí más sed. Calcule el tiempo que tardaría en volver al auto y la garganta seca me obligo a volver.
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